Celia, la de la idea del INYM
Celia Floria Báez Petterson, Agricultora y defensora de los derechos de los trabajadores de la tierra.
El año que Celia nació, en 1958, la Argentina estaba sumergida en una “semi democracia” donde funcionaban las instituciones republicanas y el sufragio, pero estaba excluido el mayor partido político (dejando a gran parte del electorado sin representación), un escenario que se extendió por 15 años.
Exactamente en 1973, cuando inició su vida con Héctor, con la yerba mate como sustento, la posibilidad de expresión democrática plena volvió por dos años, interrumpiéndose nuevamente otros 10.
Claro que vivió ajena a todos esos episodios que tenían como epicentro los grandes centros urbanos, muy lejos del ámbito donde se vivía, pero para entonces, sin saberlo y con la actividad yerbatera como puntal, a la par de la familia que formaba, Celia comenzaba a forjar un camino de participación política ciudadana que se extiende hasta el presente, haciendo valer eso que da la Democracia, que quien gobierna es el pueblo, y con resultados palpables como el Instituto Nacional de la Yerba (INYM), que decididamente ayudó a crear.
Monte y chacra
Celia transitó sus primeros años de vida con carencias económicas y marcados episodios emocionales, rodeada de monte y chacras con esperanzados cultivos de caña de azúcar, algodón y tabaco, que ayudó a cosechar, entre San Javier y Oberá.
Nació el 5 de abril en Colonia Comandaí en Puerto Rosario, donde vivió con su papá, el agricultor Arturo Héctor Báez; su mamá Nélida Quencell, y un hermano hasta los 3 años de edad. Entonces, sobrevino un hecho que la llevaría a buscar hogar en otros techos hasta los 12 años, que es cuando regresó con su progenitora.
“Mis padres se separaron. Me fui a vivir con mi abuela Juana (Dutra Acuña) en San Javier mientras mi madre trabajaba de empleada doméstica en Leandro N Alem. A los 9 años , mi abuela se fue a Oberá y me quedé con la tía Ucha (Dorilda Kencel de Antunes). Después mi mamá se acompañó con un señor y se fueron a vivir en una chacra; ahí nacieron mis otros 3 hermanos. Al cumplir 12, volví con mi madre que ya para esa época estaba con mi abuela Juana en Guaraní”, recordó Celia.
La escuela y la familia
Cursó la educación primaria hasta el 4to grado. “Mi primera escuela fue Santa Irene, luego en El Cerrito y en la 33 en el pueblo de San Javier; cuando viví con mi tía fui a la Escuela 84 y después a la escuela de Guaraní donde completé el 4to grado”, contó.
Ya en Guaraní, las tres mujeres, tres generaciones, contribuyeron juntas para el sostén de la vida. Mientras la abuela y la madre prestaban servicio de limpieza en otras viviendas, la adolescente Celia cuidaba a los hermanitos, se ocupaba de la casa y de los cultivos de mandioca, maíz, poroto, zapallo, y de la cría de gallinas, chanchos y de una vaca lechera, “todo eso en un pedazo de tierra que nos habían prestado, de dónde sacamos alimentos para sustentarnos”, recalcó.
“Al cumplir 14 años fui a trabajar para una familia, donde me dieron comida y ropa y me enseñaron mucho”, agradeció.
Pocos meses después, Celia conoció a Héctor Petterson. “Él cosechaba té con máquinas estiradas a mano en una chacra que estaba frente a la casa de mi madre. El 1 de abril de 1973 se presentó y me pidió para formar una familia. Yo acepté, hablamos con mi mamá y ella nos dio su consentimiento”, describió aquel momento.
Un vivero en la chacra
Junto a su compañero, tal como se refiere al hablar del marido, se radicaron primero en Oberá dedicándose a un vivero de yerba mate y al secadero que habían fundado los Petterson, y el 9 de marzo de 1980 rumbearon para Andresito, ya con tres hijos: Diego, Jonás y Andrés. “Nos mudamos al lote 36, donde mi marido ya había plantado 5 hectáreas de yerba con mudas que trajo del vivero que teníamos en Oberá”, destacó. En la nueva chacra “sembramos más semillas, hicimos otro vivero y plantamos más yerba, además de criar animales y cultivar otros alimentos”, agregó.
En la nueva chacra sembramos más semillas, hicimos otro vivero y plantamos más yerba, además de criar animales y cultivar otros alimentos, agregó.
La familia sumó integrantes con los hermanos Julio, Sebastián y Nélida, y en 1993 sufrió un duro golpe con la muerte de uno de los niños, Andrés.
A ese dolor en la década del 90 se sumó la incertidumbre sobre el valor de la hoja verde de la yerba mate que con tanto esmero y esperanza habían cultivado. El principal producto de ésta y de miles de familias de la tierra colorada, afectado por las decisiones de un gobierno cuyos ejes centrales fueron las privatizaciones, desregulaciones y vía libre a las importaciones. “Las condiciones eran pésimas, era caótico, no teníamos ni para el colectivo, nos hacían el verso de que había súper producción de materia prima, que nuestra yerba no valía y no nos pagaban nada por lo que cosechábamos”, enfatizó Celia.
El Movimiento agrario
Lejos de bajar los brazos y con la voz como única herramienta para defender el sostén del hogar, esta mujer se involucró en el movimiento agrario que empezaba a visibilizarse en distintos puntos del territorio, una decisión que la llevó entonces hasta el Congreso de la Nación, muy lejos de los grandes árboles de Andresito, y, como si fuera un nuevo nacimiento, perfiló en dos de sus hijos el liderazgo para poner en valor el producto.
Celia es la madre de Julio, ese muchacho que encabezó las manifestaciones, junto a muchos otros, y quedó inmortalizado con sus encendidos discursos y una fotografía (que es tapa del libro “De la tierra sin mal al tracotrazo”) donde se lo ve con el brazo levantado y el puño cerrado, símbolo de los trabajadores contra un sistema económico que oprime; hoy Diputado provincial.
Los agricultores comenzaron a reunirse para ver qué se podía hacer. Surgieron asambleas en Apóstoles, Jardín América, Eldorado, Oberá, y por supuesto, Andresito, donde Celia, su esposo e hijos estuvieron presentes.
Celia es también la madre de Jonás, integrante de la Asociación Civil de Productores Yerbateros del Norte, actual representante de los productores en la Directorio del INYM.
Década del 90. Un kilo de hoja verde valía tanto como un caramelo. Los agricultores comenzaron a reunirse para ver qué se podía hacer. Surgieron asambleas en Apóstoles, Jardín América, Eldorado, Oberá, y por supuesto, Andresito, donde Celia, su esposo e hijos estuvieron presentes. Todos con la misma consigna: un mejor precio. Como primera medida, empujaron la conformación de una mesa yerbatera, con gestiones ante funcionarios provinciales y nacionales. Las dificultades económicas crecieron, los resultados se demoraron y el reclamo yerbatero se tradujo en dos tractorazos: uno en el 2001 y otro en el 2002.
El tractorazo yerbatero
En el 2002 lLa consigna fue permanecer hasta lograr respuestas concretas. Mujeres, hombres y niños le hicieron frente al frío, al cansancio y a la incertidumbre en la plaza pública de la capital misionera durante 53 días. Ahí estuvo Celia y su familia, y la solidaridad. “Nos juntamos, pedimos colaboración y desde Andresito fuimos, en mayo del 2002, en un sólo camión a Posadas. Éramos unas 25 o 30 personas… me acuerdo que llevé una olla grande para cocinar y que la fuerza de seguridad nos atajó por el camino, y tuvimos que dormir en Puerto Esperanza; después seguimos viaje. Cuando llegamos, en la Pastoral nos ofrecieron un plato de sopa caliente y pan…”, expresó.
Estando en mi casa le dije a mi marido y a Hugo Sand, con quien analizábamos la situación, que sólo con una ley se iba a resolver esto.
Sin precisar la fecha exacta, teniendo en cuenta que las manifestaciones por la crisis yerbatera tuvieron diversas expresiones desde mediados de la década del 90 hasta el 2002, Celia recordó que “estando en mi casa le dije a mi marido y a Hugo Sand, con quien analizábamos la situación, que sólo con una ley se iba a resolver esto”, una idea que fue atendida y plasmada, después de varias gestiones y la participación de distintos dirigentes, en lo que finalmente se sancionó como Ley 25564 de creación del Instituto Nacional de la Yerba Mate.
Fueron varios viajes a Buenos Aires los que se hicieron hasta lograr la norma nacional. “Me acuerdo que pedíamos colaboración a todos, teníamos claro que la lucha agraria no podía tener color político, hablábamos con todos y así conseguimos apoyo para movernos, por ejemplo colectivo para ir dos veces hasta el Congreso; me acuerdo que Eduardo Duhalde le entregó la norma sancionada a Hugo Sand. Era nuestra victoria”.
Valió la pena la lucha. Pienso mucho en todo, significó mucho, y con el Instituto muchas cosas fueron mejorando,
Sin proponérselo y sin otra formación que lo que la vida enseña, Celia contribuyó a mejorar las condiciones para el sector yerbatero. Cumplirá 63 años el 5 de abril y el INYM, 19 años el próximo 19 de julio.
“Valió la pena la lucha. Pienso mucho en todo, significó mucho, y con el Instituto muchas cosas fueron mejorando, pero todavía queda por hacer”, reflexionó esta mujer, proponiendo en ese sentido “apuntalar más al pequeño productor y a los secaderos” y recordando que “si hay unión, como en la familia, hay fuerza para lograrlo”.